miércoles, 18 de julio de 2012

Civilización y barbarie


(El 18 de julio de 1994 un atentado terrorista destruyó la sede de la AMIA, la Asociación Mutual Israelita Argentina, en Buenos Aires. Un mes después escribí y publiqué el siguiente texto en Idiomanía. Hoy se cumplen 18 años. No hay condenados ni culpables presos. Memoria y justicia.)


In memoriam D.B.

¿Cómo empezar a hablar del dolor, de la angustia, de la tristeza? ¿Cómo empezar a hablar de ello cuando, aparentemente, “el tema” poco tiene que ver con Idiomanía? ¿Cómo empezar a decir que en esta ciudad, en mi ciudad, en Buenos Aires, una de las grandes capitales del mundo, una de las grandes capitales de la cultura, se ha instalado la muerte una vez más?
El 18 de julio de 1994 una bomba en el centro de la ciudad destruyó más de cien vidas (más de cien familias), una de las bibliotecas más importantes del mundo… y nos hirió gravemente a todos.
El 18 de julio de 1994 marca otro triste hito en la historia del pueblo judío y en la historia de nuestra tierra argentina.
El 18 de julio de 1994 no puede ni debe olvidarse, porque los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.
Muchos dirán: Idiomanía es una publicación sobre idiomas y esto no tiene nada que ver. Nosotros diremos: Idiomanía es una revista cultural escrita por seres humanos, y nada de lo cultural y de lo humano nos es ajeno. Nosotros (traductores, estudiantes, docentes de lenguas…) somos y queremos ser siempre intérpretes y estudiosos de nuestras culturas. ¿Para qué sirve un traductor, por caso, si no para ayudar a dos pueblos a comprenderse? Nuestra función es, se me ocurre, lograr que el medio de relación entre los pueblos sea la palabra, y cuando esa comprensión falla, en algún lugar falla también nuestra razón de ser como profesionales.
Escribo estas líneas cuando la sangre todavía duele. Escribo estas líneas pensando en mi propio abuelo, que llegó a esta tierra en busca de la paz que prometía, entre otras cosas, también por su lejanía de los centros del odio y el horror de la Europa de comienzos de siglo. Escribo estas líneas cuando entre las víctimas (y permítaseme la impertinencia de la referencia personal) se menciona algún nombre que tiene que ver con mi historia y con la de mi familia, aunque todas las víctimas –todas– tienen que ver conmigo, ya que las víctimas son, somos, nosotros mismos. Escribo estas líneas cuando la sangre todavía duele (no ha pasado aún una semana de la tragedia), pero ustedes las estarán leyendo cuando, quizá, ojalá, las lágrimas empiecen a secarse y las heridas, a cerrarse (llevamos, como humanos, nuestras espaldas cubiertas de cicatrices); quizá para entonces (“ahora”, para ustedes) resulte más fácil (e importante) la reflexión. Esa será, pues, la tarea. La de la reflexión y la reconstrucción.

El maestro, el rabino, baila sobre las ruinas del templo de Jerusalén; sus discípulos, sorprendidos, le preguntan por qué no llora. Y el rabino responde que los profetas habían anunciado la destrucción del templo, y se había cumplido; pero también habían anunciado que Jerusalén sería reconstruida, y si la primera parte de la profecía se había hecho realidad, ¿por qué no habría de cumplirse la segunda?

Es nuestra tarea, la de todos, recordar nuestra historia, para poder vivir un presente pleno y pensar en un futuro en el que vivir sobre este mundo valga realmente la pena.
Desde Idiomanía, con dolor, seguimos adelante.

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