Para P., que me dijo no
escribiste en el blog, y se quedó mirándome
Hay quienes agarran
los libros y…
(Paréntesis
imprescindible, porque hay que dejar bien claro que los libros se agarran, no
se toman entre las manos, y mucho menos se cogen, por decirlo como los
españoles… aunque si no fuera a la española, quizá sí se podría decir que, a veces,
los libros se cogen, pero ahí entraríamos en otros terrenos, y no es de eso de
lo que estaba hablando, o de lo que quería hablar, sino de que los libros se
agarran y sanseacabó, o no sanseacabó nada, sino que recién empiezo, así que
cierro el paréntesis y sigo).
Hay, decía, quienes
agarran los libros y se zambullen directamente en la primera página de texto, de
bloque de texto, casi sin reparar siquiera en el título, en la tapa, en nada. Se
meten en el texto como quien mete una cuchara en lo profundo del dulce de leche
y yastá, el único aire que se puede respirar es el del dulce de leche, la
novela, el cuento, la tesis de doctorado, lo que sea. Hay, claro, también,
quienes agarran los libros como si fueran ladrillos para una torre y van
apilando los que quieren leer en la mesa de luz, en el escritorio, debajo de la
mesa ratona, en el rincón del pasillo por el que pasan para ir al baño. Hay,
además, quienes lo primero que hacen es sostener los libros entre las dos manos,
como si los estuvieran pesando, pero de inmediato pasan un dedo por el borde de
las hojas a toda velocidad, con efecto ventilador. Y hay quienes van directo al
índice para ver cuántos capítulos tiene el libro, cómo se titulan. Y quienes
cuentan las hojas que tiene cada capítulo, el primer capítulo tiene siete
páginas, el segundo tiene cuarenta y dos, qué desproporción, che, como si
significara algo. Y hay quienes se detienen a mirar la tapa como si fuera un
cuadro, ah, las tapas de aquella colección de bolsillo de Alianza, o tempora o
mores. Y quienes parecen querer poner el libro bajo el microscopio y diseccionarlo
con el bisturí de la mirada, y lo primero que hacen es leer la contratapa, y
después miran quién lo editó por primera vez, y cuándo, y quién lo tradujo, y
cuántos ejemplares tiene esa edición, y luego el índice, y después los
agradecimientos, y la dedicatoria, y los prólogos y los prefacios y las
introducciones, y finalmente, finalmente, se sientan con la satisfacción del
deber cumplido. Y empiezan.
Hay en esta
sombrerería sombreros de todos los colores y tamaños (o quizá, dado el tema en
cuestión, no debería hablar aquí de sombreros, sino de galeras), y no creo que haya unos sombreros
mejores que otros, unos más perfectos que otros. No creo, digo, que haya una
forma ideal de agarrar un libro, de leer un libro, de penetrar, volviendo al
principio, en un libro.
O quizá sí, quizá haya
una forma ideal, pero seguramente esa forma será cada vez con cada libro, con cada
persona en cada instante, y cada vez será distinta, o igual, pero ese ser igual
también será distinto, único, porque agarrar un libro es eso, algo único, siempre
único, cada vez único. Y cada persona que agarra un libro no sabe que está
repitiendo un ritual antiguo y universal, y no lo sabe porque ese ritual es
solo suyo, solo de ese momento, solo de la eternidad, porque la eternidad dura
lo que ese instante. Nada. Todo.
P.D. Este texto juega
también con Brolis, que publiqué en julio del año pasau.
3 comentarios:
...y ahí, como que no quiere la cosa, está la calaverita con su aire mexicano. Ya me puedo ir a agarrar los libros como mejor me apetezca. Beso y sonrisa.
...abrir el libro, donde quiera abrirse, dejarlo hacerlo entre mis manos...y lentamente, acercar mi cara y oler....me dejo llevar por ese olor, como el de las flores....o el de una comidita casera....
Eso es lo primero y después viene todo lo demás...en eternidad de encuentros...Gracias Miguel, como siempre, belleza inspiradora, tus palabras
Vivi Rey
(lo primero que hago al entrar a una librería, biblioteca o lugar donde hay muchos libros, es respirar hondo y disfrutar del olor, ya en la puerta del lugar...)
A todo que sí, que claro, que apoyo la moción y que encima está bien escrito. Luego podríamos hablar de los llamados lectores voraces, los bulímicos de los libros, que ahora los comen enteros (porque no saben detenerse cuando están satisfechos, ni del placer de dejar uno por la mitad y agarrar otro cualquiera, o porque leen hasta la última letra por el mandato de no dejar nada en e plato), que lo que leen por un ojo les sale por el otro y a los diez minutos no se acuerdan de nada. O, por otro lado (como si estas cosas tuvieran lados), podríamos decir que cuando agarramos un libro el libro nos agarra y, como cuando los cogemos y nos cogen, no sabemos dónde termina uno y emieza el otro, Yahvé usté.
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