viernes, 18 de abril de 2014

Náufrago





Me envía Jeremías un mensaje por correo electrónico. En el asunto dice “Náufrago”. Abro el texto. Dice el texto, es decir, me dice Jeremías:


A la luz de la vela: "Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre".

Hermoso recuerdo de otra época y otro siglo.


Ejque yo le leía a Jeremías, en otras épocas de nuestras respectivas vidas, en otro siglo, antes de que se durmiera. Apagábamos las luces, encendíamos una vela, yo me sentaba en el suelo, apoyado contra su cama, de espaldas a él, y le leía. Y él espiaba el libro por momentos, y en algún momento dejaba descansar la cabeza en la almohada, y en algún momento se dormía. Y cuando aún era muy chico le leí, precisamente, durante varias noches, el relato que él ahora recuerda. Yo también lo recuerdo. Y nos recuerdo juntos. Y nos sé juntos, entonces y ahora. Porque no es el pasado, es el presente que se encuentra con el pasado, su pasado, y lo celebra, y es presente. Como García Márquez, aunque nos quieran hacer creer que se murió.

8 comentarios:

Gregorio Omar Vainberg dijo...

Es asi, vivimos en las palabras que leímos un dia, y vuelven a aparecer hoy y mañana, y siempre

Zulma dijo...

Así es. Y hay hechos que nadie te saca. La literatura con los hijos, por ejemplo. Y con los amigos, los elegidos, claro. Yo le regalé a Flor, antes de sus 3 años, La historia de cronopios. Ella los dibujaba. Y se la regalé aZoe, antes de sus 3 años. Los dibuja, y dice "Yo a los cronopios me los imagino como un apio".

Diana Marina Gamarnik dijo...

Todos, de un modo u otro, estamos atravesados en nuestra historia por García Márquez. Gracias por este relato.

Unknown dijo...

Es curioso que García Márquez se asocie para mí con cierto rito: durante muchos años, cuando publicaba periódicamente, por alguna circunstancia que desconozco sus libros llegaban a Buenos Aires en octubre, justo para mi cumpleaños. Yo se los encargaba al librero de mi barrio (o de mis sucesivos barrios); aún el de las putas tristes o el de las memorias o el de los discursos, que le han criticado como "menores" o "comerciales" (como si hasta un Nobel no tuviera derecho a hacer la plancha de vez en cuando). Así, casi siempre para la segunda mitad del mes ya estaba leyendo el nuevo de Gabo. ¡Qué fiesta!

Ana Lorenzo dijo...

Qué precioso. Así como el olor nos evoca con fuerza un recuerdo, el leerle a los hijos es lo que con más fuerza me hace reencontrarme con esos momentos del pasado y que se hagan presentes de nuevo;recuerdo leerle a Marta y que Laura, que era aún un bebé, de vernos reír se reía también y compartíamos con ella. Las recuerdo más adelante, Marta y yo chinchando a Laura con el cuento de los zapatos rojos de los hermanos Grimm y su miedo y sus berridos, que luego consolábamos. Son experiencias inolvidables y que se acercan y pliegan el tiempo hasta que lo puedes tocar con las puntas de los dedos. García Márquez sigue en su obra, y el tiempo se pliega mientras lo compartimos con los chicos, supongo.
Besos mil, Miguel.

atenea dijo...

Claro, ¡son cronapios!

p.d. Gracias, Miguel, por estar.

Maxi dijo...

Bellisimo saberte parte de Jeremias!

Paola Arciniegas dijo...

Independientemente del relato, que también me gusta mucho... que belleza lo de la lectura a la luz de la vela, y la expresión del vínculo en: saberse juntos... además porque se pueden leer muchos libros en la vida, pero los compartidos entre padres e hijos son únicos.