martes, 5 de febrero de 2013

Había una vez



Hay comienzos que son perfectos.

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme es uno. In a hole in the ground there lived a hobbit es otro. Nel mezzo del cammin di nostra vita es otro. Y había una vez es, quién lo duda, otro.

Había una vez tiene, además, una maravilla adicional: no es de nadie, o sea, es de todos. Los otros también son de todos, pero son de Cervantes, de Tolkien, del Dante. Había una vez no. Había una vez es directa, exclusiva y necesariamente de todos.

Y además había una vez abre, porque cuando oímos que había una vez de inmediato estamos esperando lo que había una vez, porque sabemos que había una vez un rey, había una vez una niña, había una vez un caballo blanco alado, había una vez una historia maravillosamente alegre, desesperadamente triste, aterradoramente angustiante, poderosamente enérgica, que sigue al había una vez. Lo sabemos. Lo esperamos. Había una vez… y uno se mete de lleno en su propia infancia, uno entra en el universo de la fantasía, de la realidad, en el universo ajeno al tiempo del había una vez.

Y además había una vez suena bien. Es el acorde inicial de una sinfonía total, absoluta. En inglés también suena lindo once upon a time. Como había una vez, tiene ritmo, tiene tempo, tiene pausa, tiene respiración, como decíamos lotrodía.

A veces me pasa que empiezo un había una vez para no seguirlo, porque seguirlo es siempre de alguna manera clausurar otros había una vez posibles, porque había una vez es infinito e indefinible hasta que la puerta se cierra con lo que había una vez, porque entonces lo que había una vez pasa a ser eso y ya no otra cosa, es decir, ya no la posibilidad de otra cosa.

En la infinidad infinita de la infancia, de la literatura, había una vez es todo. Nunca deja de serlo, pero a veces, muchas veces, no nos damos cuenta.

Había una vez una puerta abierta. Había una vez.


Posdata. Hace unos días se murió Brato. Nicolás Bratosevich. Fui a su taller literario muchos años, hace muchos años. Yo ya escribía, pero él me enseñó a escribir. O, mejor, me mostró cómo era que yo podía pensar, contar, que había una vez. Brato fue mi maestro. Mi, diría, único maestro. Este texto, este momento, es para él. Había una vez Brato. Sigue habiendo.

1 comentario:

TEXTO SENTIDO dijo...

Brato fue mi maestro en el Instituto Superior del Profesorado. Había muchos profesores, pero él era mi maestro, el primero que abrió ventanales enormes en mi cabeza para dejar pasar la escritura. Él fue quien me sugirió intentarlo, y confié en su mirada. Pronto vino mi exilio y nos perdimos de vista, aunque nunca solté el hilo que me ataba a él. Recuperé a Brato unos treinta años después, cuando busqué su taller literario en Belgrano. Ahora me entero por tu entrada de que ha muerto, pero tampoco esta vez pienso soltar la punta del hilo.