Hay comienzos que son
perfectos.
En un lugar de la
Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme es uno. In a hole in the ground there lived a hobbit es
otro. Nel mezzo del cammin di
nostra vita es otro. Y había una vez es, quién lo duda, otro.
Había una vez tiene,
además, una maravilla adicional: no es de nadie, o sea, es de todos. Los otros
también son de todos, pero son de Cervantes, de Tolkien, del Dante. Había una
vez no. Había una vez es directa, exclusiva y necesariamente de todos.
Y además había una vez
abre, porque cuando oímos que había una vez de inmediato estamos esperando lo
que había una vez, porque sabemos que había una vez un rey, había una vez una
niña, había una vez un caballo blanco alado, había una vez una historia
maravillosamente alegre, desesperadamente triste, aterradoramente angustiante,
poderosamente enérgica, que sigue al había una vez. Lo sabemos. Lo esperamos. Había
una vez… y uno se mete de lleno en su propia infancia, uno entra en el universo
de la fantasía, de la realidad, en el universo ajeno al tiempo del había una
vez.
Y además había una vez
suena bien. Es el acorde inicial de una sinfonía total, absoluta. En inglés
también suena lindo once upon a time. Como había una vez, tiene ritmo, tiene
tempo, tiene pausa, tiene respiración, como decíamos lotrodía.
A veces me pasa que
empiezo un había una vez para no seguirlo, porque seguirlo es siempre de alguna
manera clausurar otros había una vez posibles, porque había una vez es infinito
e indefinible hasta que la puerta se cierra con lo que había una vez, porque entonces
lo que había una vez pasa a ser eso y ya no otra cosa, es decir, ya no la
posibilidad de otra cosa.
En la infinidad
infinita de la infancia, de la literatura, había una vez es todo. Nunca deja de serlo, pero a veces, muchas
veces, no nos damos cuenta.
Había una vez una
puerta abierta. Había una vez.
Posdata. Hace unos
días se murió Brato. Nicolás Bratosevich. Fui a su taller literario muchos
años, hace muchos años. Yo ya escribía, pero él me enseñó a escribir. O, mejor,
me mostró cómo era que yo podía pensar, contar, que había una vez. Brato fue mi
maestro. Mi, diría, único maestro. Este texto, este momento, es para él. Había
una vez Brato. Sigue habiendo.
1 comentario:
Brato fue mi maestro en el Instituto Superior del Profesorado. Había muchos profesores, pero él era mi maestro, el primero que abrió ventanales enormes en mi cabeza para dejar pasar la escritura. Él fue quien me sugirió intentarlo, y confié en su mirada. Pronto vino mi exilio y nos perdimos de vista, aunque nunca solté el hilo que me ataba a él. Recuperé a Brato unos treinta años después, cuando busqué su taller literario en Belgrano. Ahora me entero por tu entrada de que ha muerto, pero tampoco esta vez pienso soltar la punta del hilo.
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