Leo lo que le decía Clarice, la maravillosamente profunda
Clarice, Clarice Lispector, al linotipista, cuando le pedía disculpas por
equivocarse tanto al escribir, pero, sobre todo, le decía: “no me corrija. La
puntuación es la respiración de la frase, y mi frase respira así. Y si a usted
le parezco rara, respéteme también. Incluso yo me vi obligada a respetarme”.
Y me quedo en eso de que las frases respiran, y de que respiran
por la puntuación. Y
me gusta esa idea. Comprendo y comparto, profundamente, esa idea. Las frases
respiran por la
puntuación. Me quedo pensando. Me quedo pensando en que
también respiran por otras partes, quizá, respiran por las vocales de las
palabras, por ejemplo, porque no es lo mismo una lúgubre oración oscura inundada
guturalmente de turbias úes que una alegre y ágil frase alada en claras áes, y
no es lo mismo el retumbante “alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de
piedralumbre” con el que comienza El
señor presidente de Asturias que el siseante y susurrante “his soul swooned
slowly” con el que casi termina el cuento The
dead de Joyce. Respiran distinto. Todo respira distinto. Cada cosa, cada
frase, respira lo que dice, y lo respira a su manera, en su momento.
De esas maneras también, pienso, me quedo pensando, respiran
las frases. O por medio de la predilección por el uso de ciertas palabras, más largas
o más breves, que no es una predilección ni una elección, sino una necesidad de
la respiración. Como
la sufijación en -ión que Oliverio
contaba tan bien: “La desorientación de mi generación tiene su explicación en
la dirección de nuestra educación, cuya
idealización de la acción era --¡sin
discusión!-- una mistificación, en contradicción con nuestra propensión a la meditación, a la
contemplación y a la masturbación”. Respiran, las frases, respiran también, sin
duda, por la puntuación.
Doy por sentado que Clarice también pensaba en estas cosas,
y más, y mejor, pero ella, en este caso, estaba hablando de otra cosa, y a otra
gente. De tos mos, a mí, en este caso, en esta cosa, me vino muy bien para seguir
pensando, para pensar un poco más, un rato más, en estas cosas, y seguir
disfrutando de la palabra, con la palabra, digo.
1 comentario:
Estoy en la playa estos días y leo "Confieso que he vivido" del gran Pablo. Tal vez no haya mejor lugar para leerlo que a orillas del mar. Y encontré un párrafo (a decir verdad, muchos) que me hicieron acordar a tu blo y, en particular, a esta entrada sobre Clarice. Es este: "Otros miden los renglones de mis versos probando que yo los divido en pequeños fragmentos o los alargo demasiado. No tiene ninguna importancia. ¿Quién instituye los versos más cortos o más largos, más delgados o más anchos, más amarillos o más rojos? El poeta que los escribe es quien lo determina. Lo determina con su respiración y con su sangre, con su sabiduría y su ignorancia, porque todo ello entra en el pan de la poesía". Salve.
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