miércoles, 23 de enero de 2013

De la respiración




Leo lo que le decía Clarice, la maravillosamente profunda Clarice, Clarice Lispector, al linotipista, cuando le pedía disculpas por equivocarse tanto al escribir, pero, sobre todo, le decía: “no me corrija. La puntuación es la respiración de la frase, y mi frase respira así. Y si a usted le parezco rara, respéteme también. Incluso yo me vi obligada a respetarme”.

Y me quedo en eso de que las frases respiran, y de que respiran por la puntuación. Y me gusta esa idea. Comprendo y comparto, profundamente, esa idea. Las frases respiran por la puntuación. Me quedo pensando. Me quedo pensando en que también respiran por otras partes, quizá, respiran por las vocales de las palabras, por ejemplo, porque no es lo mismo una lúgubre oración oscura inundada guturalmente de turbias úes que una alegre y ágil frase alada en claras áes, y no es lo mismo el retumbante “alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre” con el que comienza El señor presidente de Asturias que el siseante y susurrante “his soul swooned slowly” con el que casi termina el cuento The dead de Joyce. Respiran distinto. Todo respira distinto. Cada cosa, cada frase, respira lo que dice, y lo respira a su manera, en su momento.

De esas maneras también, pienso, me quedo pensando, respiran las frases. O por medio de la predilección por el uso de ciertas palabras, más largas o más breves, que no es una predilección ni una elección, sino una necesidad de la respiración. Como la sufijación en -ión que Oliverio contaba tan bien: “La desorientación de mi generación tiene su explicación en la dirección de nuestra educación, cuya idealización de la acción era -­-¡sin discusión!-- una mistificación, en contradicción con nuestra  propensión a la meditación, a la contemplación y a la masturbación”. Respiran, las frases, respiran también, sin duda, por la puntuación.


Doy por sentado que Clarice también pensaba en estas cosas, y más, y mejor, pero ella, en este caso, estaba hablando de otra cosa, y a otra gente. De tos mos, a mí, en este caso, en esta cosa, me vino muy bien para seguir pensando, para pensar un poco más, un rato más, en estas cosas, y seguir disfrutando de la palabra, con la palabra, digo.

1 comentario:

Gabriela Ortiz dijo...

Estoy en la playa estos días y leo "Confieso que he vivido" del gran Pablo. Tal vez no haya mejor lugar para leerlo que a orillas del mar. Y encontré un párrafo (a decir verdad, muchos) que me hicieron acordar a tu blo y, en particular, a esta entrada sobre Clarice. Es este: "Otros miden los renglones de mis versos probando que yo los divido en pequeños fragmentos o los alargo demasiado. No tiene ninguna importancia. ¿Quién instituye los versos más cortos o más largos, más delgados o más anchos, más amarillos o más rojos? El poeta que los escribe es quien lo determina. Lo determina con su respiración y con su sangre, con su sabiduría y su ignorancia, porque todo ello entra en el pan de la poesía". Salve.