jueves, 31 de julio de 2014

Mentirosos



Mienten. Los que dicen que la música es el único lenguaje universal mienten. Lo saben, lo viven a diario, pero mienten. No hay lenguaje menos universal que el de la música, no hay jergas más exclusivas y exclusivistas, más cerradas y sectarias, que las de la música. La música, el mundo de la música, está constituido por sectas que no admiten a otras sectas. Y no es solo algo que pase entre música y música, quiero decir, no es solo que los del rock no admiten la clásica y los de la clásica no admiten el folklore y los del folklore no admiten el jazz y los del jazz… No, no es solo eso. Pasa también dentro de cada una de esas músicas: pasa en el interior del universo del rock, en el interior del universo del jazz, y en el del folklore, y en el del tango, y en el de la clásica… ¿O acaso alguien de los del público tradicional de Sumo no hablaba pestes de Soda? ¿O acaso los tangueros tradicionales no renegaron siempre y siguen renegando de Piazzolla, que a esta altura es tan clásico como el que más? ¿O acaso los que defienden un folklore puro, anónimo, no hablaron siempre mal de cualquiera que quisiera poner una guitarra eléctrica en una zamba? ¿O acaso los amantes de Beethoven, Schubert y Brahms que pueblan cotidianamente el Teatro Colón de Buenos Aires no se van casi a las puteadas del teatro cada vez que se programa una obra del siglo XX, que a esta altura ya también es antiguo? ¿O acaso Miles, ¡Miles!, no sufrió críticas de todo el universo del mismísimo jazz cada vez que propuso algo nuevo? Claro que el muy guacho de Miles se pasó la vida proponiendo cosas diferentes y nuevas, y eso no es fácil de asimilar para nadie, pero eso es otra historia.



Por eso, decía, mienten. Mienten los que dicen que la música es un lenguaje universal. La música es un lenguaje, como cualquier otro, de complicidades, un lenguaje en el que vos y yo, ustedes y nosotros, nos entendemos y compartimos, pero que no compartimos con otros, que no compartimos con todos, y es en ese punto, en ese lugar, donde la música se convierte en una maldición de Babel como la de los idiomas: estamos condenados a no entendernos, a no disfrutarnos todos y en todo momento, a dispersarnos por el mundo de los sonidos como Babel se dispersó en el mundo de los idiomas. Condenados a no comprendernos, a no gozarnos.



(Músicos, de Itati Acuña)
Y lo que yo me pregunto, a veces me pregunto, es si está mal que sea así, pero también me pregunto si tiene algún sentido preguntarse si está mal o está bien. Lo que yo me pregunto, digo de una vez, es si no podríamos intentar una vez, cada vez, todas las veces, internarnos en algún otro de esos territorios de la música como nos internamos en otros países, en otros idiomas, y tratamos de entenderlos, tratamos de disfrutar y disfrutarlos, de gozar de sus comidas, de sus sabores, de sus aromas… de sus músicas.



Porque la música no es, claro que no, un lenguaje universal. La música es un montón de lenguajes particulares, minúsculos, sociales pero al mismo tiempo individuales, un montón de sonoridades, un montón de ecos, y se me ocurre que es maravillosa la posibilidad de perderse entre esos ecos, entre esos distintos universos que son las distintas músicas, y pasar de uno a otro, entrar a uno, cualquiera, y salir en otro, cualquiera.

Porque la música, decía, digo, no es un lenguaje universal. Lo universal, en todo caso, somos nosotros. Y es en nosotros donde pueden estar todas las músicas, es en nosotros donde puede estar la música. No es poco.


(Este texto se publicó originalmente en el blog de Domo)

2 comentarios:

Unknown dijo...

Posí.....miles de críticas tuvo el pobre.... :(

Unknown dijo...

Interesante reflexión. Yo me atrevería a insistir en que la música es un lenguaje con vocación de universalidad, es decir, que necesita una voluntad por parte del personal para poder ser entendido y disfrutado. Y esa voluntad no es compatible, desde luego, con el sectarismo, con el "esto es lo que vale y lo demás es una mierda..."
Seguramente a todos los que crucificaron a Miles, a Piazzola, a Dylan cuando se electrificó, etc, etc, les faltaba esa pizca de voluntad. Esa capacidad de preguntarte cosas, de mirar las cosas desde otro punto de vista, de poner en entredicho tus más firmes creencias y dejarte envolver, simplemente, por la belleza... por el sonido y la música en este caso.
Los humanos somos bastante torpes, en general y solemos necesitar para andar por la vida alguna que otra muleta como las ideologías o las firmes convicciones. Solo el que ha disfrutado mandando al carajo las muletas y tirándose a correr cuesta abajo sabe a que me refiero...