Uno de los grandes poetas del hebreo, Jaim
Bialik, decía que “leer un poema en una traducción, incluso la
mejor, es como besar a la amada a través de un velo”. La idea no es extraña ni
novedosa para los hispanohablantes, porque hace ya más de 400 años un hidalgo
manchego de cuyo nombre no quiero acordarme había dicho que “el traducir de una
lengua a otra es como quien mira los tapices flamencos por el revés: aunque se
ven las figuras, son llenas de hilos que las oscurecen, y no se ven con la
lisura y tez de la haz”.
En algunas formas de traducción quizá no sea
tan importante ni conflictivo que la trama quede en evidencia, que se bese a la
amada a través de un velo, pero en la traducción de poesía, que por lo general
exige la creación de climas y atmósferas peculiares, es necesario que ese velo
que, en la palabra, opaca la lectura, no se convierta en la supuesta amada y nos impida
ver, sentir, a la amada real. Por eso, la traducción del poema debe ser,
sencillamente, otro poema. Por lo tanto, de alguna manera, el traductor de
poesía no puede sino ser un poeta él mismo.
Pero ¿acaso es suficiente esta condición para
que sus traducciones sean buenas? Quizá el traductor-poeta impregne el texto de
su propio estilo, aunque sea de manera involuntaria. Quizá su propia pluma le impida seguir los senderos que
otro ha elegido y le haga decidir, conscientemente o no, transitar una vez más
por sus propios caminos. Es posible que su propia experiencia previa con la
materia poética lo condicione de tal modo que no sepa cómo evitarse a sí mismo,
cómo no caer en sus propios recursos expresivos, en sus ritmos líricos
personales.
Pero, por el otro lado, si el traductor no es
poeta, o si no tiene el tipo de sensibilidad que la poesía requiere, y que esa
poesía requiere, quizá tampoco pueda evitar que el velo oscurezca del todo el
original.
Muchas preguntas, muchos
quizás, pero una cosa es segura: hay en el mundo tan pocos grandes poetas como
traductores capaces de enfrentarse a su obra y sobrevivir con dignidad
literaria el desafío de traducirla. Y el placer. Pero de eso, del placer, digo, hablaremos otro día. Quizá. Como el placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario