Hay, entre quienes nos
dedicamos al oficio de las palabras, algún matiz, a veces, alguna forma de
sentirnos como oficiantes en el mundo, en la que muchos coincidimos. Algunos de
nosotros (si es que puede haber algún “nosotros”) sienten, a veces, que esa forma,
ese oficio, es el de malabaristas, y se definen, se ven, consecuentemente, como
palabristas. En ocasiones me siento cerca de ellos, porque me gusta la idea que
eso implica, lúdica, ilusoria, imaginadora, pero por lo general me siento más bien
perteneciente a las huestes de los que nos vemos como obreros, como trabajadores
de las palabras, de esos que se meten en el barro con ellas y las amasan hasta
levantar la pieza de alfarería que quizá el horno del tiempo consolide, quizá
el viento del tiempo erosione hasta su desaparición. Por eso me suele gustar
más definirme como palabrero. No solo, claro, por lo que resuena de obrero,
sino también, y no tan secretamente, porque se acerca a versero, esa bella voz
lunfarda que habla de fabuladores, de divagadores, de gozadores del mero hecho
de usar las palabras. De usarlas como lo que son: objetos contundentes.
sábado, 26 de abril de 2014
viernes, 18 de abril de 2014
Náufrago
Me envía Jeremías un mensaje por correo electrónico. En el asunto dice
“Náufrago”. Abro el texto. Dice el texto, es decir, me dice Jeremías:
A la luz de la vela: "Relato de un náufrago que estuvo diez días a
la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la
patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y
luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre".
Hermoso recuerdo de otra época y otro siglo.
Ejque yo le leía a Jeremías, en otras épocas de nuestras respectivas
vidas, en otro siglo, antes de que se durmiera. Apagábamos las luces,
encendíamos una vela, yo me sentaba en el suelo, apoyado contra su cama, de
espaldas a él, y le leía. Y él espiaba el libro por momentos, y en algún
momento dejaba descansar la cabeza en la almohada, y en algún momento se
dormía. Y cuando aún era muy chico le leí, precisamente, durante varias noches, el relato que él ahora
recuerda. Yo también lo recuerdo. Y nos recuerdo juntos. Y nos sé juntos,
entonces y ahora. Porque no es el pasado, es el presente que se encuentra con el
pasado, su pasado, y lo celebra, y es presente. Como García Márquez, aunque nos
quieran hacer creer que se murió.
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