Sucede que un día uno decide lavar el auto en
uno de esos lavaderos automáticos o no tanto que abundan en algunas ciudades
del mundo. En realidad, no es que uno “decide lavar”, sino que lo que decide es
pagarle a otros para que laven, pero todos entendemos que no siempre lo que se
quiere decir cuando se dice lo que se dice (o lo que se diga, o lo que se dijere) implica que uno lo vaya a hacer
personalmente, sino… bueno, eso. Es decir, el idioma nos permite libertades de
imprecisión y ambigüedad que de ningún modo obstaculizan la comprensión.
Pero en ocasiones las imprecisiones y
ambigüedades son tantas que llevan a la cuasimposibilidad de entender el
mensaje. Por ejemplo, si uno lleva a lavar el auto a un coso de esos y se
encuentra con el siguiente anuncio:
Vayamos por partes. El principio, aunque algo
oscuro, se entiende: “Luego de terminado el vehículo (…)” se refiere,
inequívocamente, a la conclusión del lavado del vehículo, y no a la construcción del mencionado artefacto (e’cir, el vehículo).
Hasta ahí vamos bien. Pero la oración sigue: “(…) y no encontrándose el
propietario este será dejado en la calle”. Aquí surgen al menos dos dudas: ¿es
el propietario el que será dejado en la calle?, y ¿cómo coño van a hacer para
dejarlo en la calle si, como dice la oración, no lo encontraron, o, peor, el
propio propietario no se encuentra a sigo sismo… digo, a sí mismo? Quizá, si terminamos la lectura, el resto aclare. Veamos.
Concluye el texto: “(…)no asumiendo ninguna
responsabilidad sobre el mismo?”. ¿Quién es el que no asumirá responsabilidad?
¿El propietario? Porque de él veníamos hablando, ¿no? ¿Y sobre el mismo qué? ¿No asumirá responsabilidad sobre el propietario?
Porque, digo, dije, de él veníamos hablando, ¿no?
Afortunadamente, el texto es breve y no va más
allá, pero de todos modos, cuando salí, estaba tan confundido que tomé de
contramano y justo estaba la gorra, es decir la cana, es decir la poli, y me
encajó una multa que te la voglio dire. Argumenté que era culpa de los del
lavadero, pero me explicaron gentilmente que ellos también habían leído el anuncio, y
era evidente que este (el anuncio, repito, por si acaso) deslindaba toda responsabilidad sobre mí, así que el que debía
pagarla era yo. Eso sí, el auto quedó precioso.