(El 18 de julio de 1994 un atentado terrorista destruyó la sede de la AMIA, la Asociación Mutual Israelita Argentina, en Buenos Aires. Un mes después escribí y publiqué el siguiente texto en Idiomanía. Hoy se cumplen 18 años. No hay condenados ni culpables presos. Memoria y justicia.)
In memoriam D.B.
¿Cómo
empezar a hablar del dolor, de la angustia, de la tristeza? ¿Cómo empezar a
hablar de ello cuando, aparentemente, “el tema” poco tiene que ver con Idiomanía? ¿Cómo empezar a decir que en
esta ciudad, en mi ciudad, en Buenos Aires, una de las grandes capitales del
mundo, una de las grandes capitales de la cultura, se ha instalado la muerte
una vez más?
El 18 de
julio de 1994 una bomba en el centro de la ciudad destruyó más de cien vidas
(más de cien familias), una de las bibliotecas más importantes del mundo… y nos
hirió gravemente a todos.
El 18 de
julio de 1994 marca otro triste hito en la historia del pueblo judío y en la
historia de nuestra tierra argentina.
El 18 de
julio de 1994 no puede ni debe olvidarse, porque los pueblos que olvidan su
historia están condenados a repetirla.
Muchos
dirán: Idiomanía es una publicación
sobre idiomas y esto no tiene nada que ver. Nosotros diremos: Idiomanía es una revista cultural
escrita por seres humanos, y nada de lo cultural y de lo humano nos es ajeno.
Nosotros (traductores, estudiantes, docentes de lenguas…) somos y queremos ser
siempre intérpretes y estudiosos de nuestras culturas. ¿Para qué sirve un
traductor, por caso, si no para ayudar a dos pueblos a comprenderse? Nuestra
función es, se me ocurre, lograr que el medio de relación entre los pueblos sea
la palabra, y cuando esa comprensión falla, en algún lugar falla también
nuestra razón de ser como profesionales.
Escribo
estas líneas cuando la sangre todavía duele. Escribo estas líneas pensando en
mi propio abuelo, que llegó a esta tierra en busca de la paz que prometía,
entre otras cosas, también por su lejanía de los centros del odio y el horror
de la Europa de comienzos de siglo. Escribo estas líneas cuando entre las
víctimas (y permítaseme la impertinencia de la referencia personal) se menciona
algún nombre que tiene que ver con mi historia y con la de mi familia, aunque
todas las víctimas –todas– tienen que ver conmigo, ya que las víctimas son,
somos, nosotros mismos. Escribo estas líneas cuando la sangre todavía duele (no
ha pasado aún una semana de la tragedia), pero ustedes las estarán leyendo
cuando, quizá, ojalá, las lágrimas empiecen a secarse y las heridas, a cerrarse
(llevamos, como humanos, nuestras espaldas cubiertas de cicatrices); quizá para
entonces (“ahora”, para ustedes) resulte más fácil (e importante) la reflexión. Esa
será, pues, la tarea. La
de la reflexión y la reconstrucción.
El maestro,
el rabino, baila sobre las ruinas del templo de Jerusalén; sus discípulos,
sorprendidos, le preguntan por qué no llora. Y el rabino responde que los
profetas habían anunciado la destrucción del templo, y se había cumplido; pero
también habían anunciado que Jerusalén sería reconstruida, y si la primera
parte de la profecía se había hecho realidad, ¿por qué no habría de cumplirse
la segunda?
Es nuestra
tarea, la de todos, recordar nuestra historia, para poder vivir un presente
pleno y pensar en un futuro en el que vivir sobre este mundo valga realmente la
pena.
Desde Idiomanía, con dolor, seguimos adelante.
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