Ueno, en principio, creo que casi ni es necesario aclarar que la cosa
viene de lejos, pero, por las deudas, aclaremos. Cuando Antonio de Nebrija le
presenta a la reina Isabel
la primera Gramática de la lengua castellana, en el infausto año de 1492,
dícele: "Cuando bien comigo pienso, mui esclarecida
Reina, i pongo delante los ojos el antigüedad de todas las cosas, que para
nuestra recordación y memoria quedaron escriptas, una cosa hallo y: saco por
conclusión mui cierta: que siempre la lengua fue compañera del imperio...”. Desde entonces, y
quizá desde antes, y hasta ahora, y vaya uno a saber hasta cuándo, la lengua no
ha dejado de ser compañera del imperio. Pero el imperio, claro, en este medio
milenio, se desmembró, y los súbditos coloniales nos empecinamos en querer ser
libres y todas esas pavadas (¿o debería decir “zarandajas”?), incluso en lo
cultural.
Y creo que aquí entra muy bien la idea de idioma, o sea, de “lenguaje
propio de una nación”. Claro que hay un pequeño problemiglia, y ejque España y
las colonias hace rato ya que dejaron de constituir una nación, así que la
definición (que no es mía, sino del tal Corominas) no parece muy precisa, pero
la Academia se las ha arreglado bien pa resolver la cuestión, y ahora dice, en
su desopilante mamarracho diccionarístico conocido como “el DRAE”, que “idioma”
es la lengua de una nación… ¡o que es común a varias! Claro, así pueden meter
todos los gatos en la misma bolsa… y después vednderlos a la gilada, e’cir, la
ciudadanía hispanohablante: gramáticas, ortografías, diccionarios y bulas
varias. Pero, obviamente, pa poder hacer eso necesitan que la lengua sea una y
única. Y entonces predican el nuevo verso, el del “panhispanismo”, y lo
acompañan con el eslogan “unidad en la diversidad”.
Pero lo cierto es que la Armada Imperial avanza desde varios frentes,
públicos y privados (ejque ha de haber negocio pa muchos, che, no solo pa’l
rey): la RAE (con el apoyo logístico de sus correspondientes lacayas
americanas), el Instituto Cervantes (en su actual misión “evangelizadora”, según
declaraciones de su director) y la Fundéu (que promueve formas únicas,
“correctas” o “preferidas” de la lengua, con el inefable apoyo del BBVA, que,
dichoseadepaso, ¿cómo se pronuncia?). En todas esas instituciones pueden verse siempre
los mismos nombres rectores, desde el del rey d'España, don Juan Carlos, y el jefe de gobierno
español hasta los venerables académicos de costumbre. Oséase, los de siempre y
siempre los mismos. A propósito, uno de ellos, don Valentín García Yebra, autoridá
notable de más de una de estas instituciones, decía en su Teoría
y práctica de la traducción: “Lamentablemente, en muchas de las
confrontaciones de Wandruszka, aparece la trad. española como la más
defectuosa. ¿No se deberá esto a lo poco que se han cultivado entre nosotros los
estudios relacionados con la traducción? Quizá también influya el hecho de que
la gran mayoría de las obras confrontadas se hayan publicado en Buenos Aires,
traducidas por personas de apellidos extraños a nuestra lengua, que
probablemente conservan atavismos lingüísticos de sus antepasados (…)”.
Es obvio, entonces, que para evitar esos “atavismos lingüísticos” y
todas esas aberraciones que se hacen de este lado del charco grande, se hace
necesaria una labor de lustrado y pulido que solo puede estar a cargo de
figuras impolutas, y que estas solo pueden seguir el preclaro mando de don Juan
Carlos de Borbón, cuya autoridad lingüística es indiscutible, ya que emana de
Dios, ¿no?
Ya lo decía mi abuelo, con sus atavismos lingüísticos centroeuropeos:
“Oy oy oy”.
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