martes, 29 de mayo de 2012

De palabras y engranajes

Pienso, empiezo por pensar, qué es un idioma, y para qué existe, o sea, ¿para qué hay idiomas? Básicamente, creo que es obvio, para acercarse, para entenderse, para comunicarse. No es la única forma que tenemos los humanos para comunicarnos (también lo hacemos de formas no lingüísticas), pero los idiomas están ahí para eso: para comunicarnos. Y para eso los usamos. Y cuando la comunicación que logramos a través de los idiomas es fluida y eficaz, o sea, cuando cumple idealmente aquello que se propone cumplir, sin obstáculos, es perfecta, ¿no? Eso es, entonces, la perfección de un idioma, ¿verdad? La comunicación fluida, eficaz y sin interferencias. Y esa perfección, a veces, puede implicar la necesidad de atenerse a ciertas normas (determinado régimen preposicional establecido, determinados tiempos verbales, determinado vocabulario, etc.), que pueden ayudar a una comunicación más fluida y eficaz en ciertas situaciones, porque, en esas situaciones, todos los engranajes del sistema funcionarán bien si ellas están presentes, y si no, no.
Supongamos la siguiente oración, en un indudable castellano de la Buenos Aires de hoy: “No, boluda, te dije que no y es no”. ¿Está bien? ¿Está mal? Pues así, en abstracto, la oración no está ni bien ni mal. Está. Es lengua en acto. Y como la lengua, cuando no es una construcción teórica hipotética, siempre es en acto, solo vamos a poder juzgar si todos los engranajes están bien exclusivamente en ese acto, contextualmente. Si se trata de un novio joven que le está diciendo a su novia que no quiere ir al cine, es una oración más que factible y comunicativamente intachable; si, en cambio, se trata de un alumno de escuela que le está diciendo a su profesora que no quiere hacer determinado trabajo (“No, boluda, te dije que no y es no”), la oración no solo no es esperable, sino que tampoco va a cumplir a la perfección lo que se propone, porque lo más probable es que la profesora no admita el tratamiento, mucho más allá de si el alumno hizo o no el trabajo en cuestión, y la comunicación fluida y eficaz se vaya al mismísimo... esteeee... quiero decir, no se produzca. En este caso, uno de los engranajes está mal y la comunicación no se establece fluida ni eficazmente, pero no porque el engranaje en sí esté mal, sino porque en esa situación, ese engranaje funciona mal. Por lo tanto, ¿tiene sentido hablar de una idea de “corrección idiomática” que sea ajena a la situación específica? ¿No es, para decirlo en buen castellano, como mear en otro tarro (ni siquiera fuera, sino directamente en otro)?
Todo esto para decir que los idiomas no son en abstracto (aunque en cierto sentido, también lo son). Los idiomas son en circunstancia, en situación, en acto. O eso creo yo.
(El dibujo no es mío. Es de Itati Acuña).

2 comentarios:

Jeremías dijo...

Lástima que los "dueños" de la lengua piensen distinto. El imperialismo está marcado. Queda en cada uno de nosotros el no aceptarlo. Yo quiero elegir cómo hablar, cómo escribir para que me entiendan los que quiero. Si la "academia" dice que está mal lo que hago, mejor. Ojo, y eso que soy adolescente y manejo menos de 200 palabras.

Javier Dávila dijo...

Complicadísimo tema y muy interesante. ¡El dibujo me encantó!