[Capítulo para una novela, policial, esperablemente. O quizá fragmento de capítulo para una novela. O quizá apenas fragmento. Vaya uno a saber.]
Bajó el último
tramo de escaleras convencido, como siempre, de que era el último piso, y luego
la calle. Como siempre, no lo era. Aún faltaba un piso, y luego la calle. Bajaba
rápido, con ritmo, siempre con una breve parada en el descanso del tercero para
encender el cigarrillo, pero ni siquiera la certeza de esa rutina le permitía
incorporar en su memoria afectiva que aún le faltaba otro tanto, otros tres
pisos. Siempre tenía la convicción íntima de que faltaban dos, y luego la
calle. Muchas veces, mientras subía el tercer, el cuarto, el quinto piso, se
había preguntado si tenía sentido que un detective tuviera su oficina en un sexto
piso por escalera. En París, quizá. En Hamburgo, quizá. Incluso en Nueva York, quizá. Pero, en Buenos
Aires, definitivamente no. Hay ciudades aptas y otras que no. Y Buenos Aires se
inscribía sin duda en el segundo grupo. Nadie subiría seis pisos por escalera
por un detective al que nadie conocía. Nada de avisos en los diarios, nada de
difusión por internet, nada de contactos en la policía, nada. Sólo la propia
convicción en el propio talento y… eso, nada más. En cuanto a lo del sexto piso
por escaleras… él sabía las razones y sabía que eran válidas, pero eso no
cambiaba los hechos. De todos modos, si un posible cliente podía no contratarlo
por el único y miserable detalle de tener que subir, quizá una sola vez en su
vida, seis pisos por escalera, no podía considerarse un verdadero cliente, sino
sólo alguien que andaba queriendo ver, buscando precios, visitando el mercado.
Y él no era un producto de mercado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario