Dicen, muchos de los
que creen que en la lengua castellana existe una cosa llamada “normalidad”, que
el orden “normal” de la oración es sujeto-predicado, y que el orden “normal”
del predicado es verbo-complementos, y que el orden “normal” de los complementos
es directo-indirecto-circunstanciales, y que el orden “normal” de los circunstanciales
es modo-lugar-tiempo, oséase, cómo-dónde-cuándo.
E’cir, porjemplo, dicen
que lo “normal” es decir que “el hombre compraba libros vorazmente en la librería de su barrio todas
las semanas” (si es que comprar libros vorazmente es algo a lo que pueda
llamarse normal), y que no es normal decir “compraba el hombre vorazmente libros
en la librería de su barrio todas las semanas”, o cosas parecidas. Hay, dicen
los que creen en esas paparruchadas, un orden que es “normal” en las oraciones,
y dicen que ese orden es ese, o algo así. Siempre. Definitivo. Acsoluto.
Dicen por otro lado, a
veces los mismos y a veces otros, que quizá una de las formas menos
convencionales, menos ortodoxas, menos regidas por normas y normalidades de usar
la lengua es la poesía.
Dicen también que el
Romanticismo fue un movimiento que se opuso a (o quizá podamos decir mejor que “quiso
diferenciarse claramente de”) el Clasicismo. Y en sus últimos estertores dio
poetas como el a veces amado y a veces
despreciado Gustavo Adolfo. Y lo que me importa para lo que quiero decir es que
el tal Gustavo Adolfo puso en negro sobre blanco en sus rimas, esas que algunos
estudiábamos en la escuela, esa subversión de las normas y las formas en favor de la más
profunda, la más rica, la más bella expresividad. Y lo que logró fue mostrarnos
el otro lado de nuestra propia lengua, un otro lado que está en la propia lengua y
es pura normalidad, bella normalidad.
Lo que quiero decir es
que una oración que “normalmente” (de acuerdo con el criterio de “normalidad”
de los mausoleos del autoritarismo lingüístico) se expresaría como “El arpa se veía silenciosa y cubierta de
polvo, tal vez olvidada de su dueño, en el ángulo oscuro del salón”, Gustavo
Adolfo la dio vuelta como una media, invirtió de punta a punta ese orden dizque
“normal” de la oración, y lo que produjo fue… castellano del más expresivo, del más representativo de la
“normalidad” a la que cualquier hablante que ama la lengua aspira, es decir, lo
que produjo fue la normalidad de la belleza en la claridad sonora de la
expresión, cuando escribió:
Del salón en el ángulo oscuro
de su dueño tal vez olvidada
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa
Nota del bloguero: Nunca
me gustó Becker. Supongo que seguirá sin gustarme. Pero me saco el sombrero con
la más profunda y conmovida admiración ante algunos tipos que nunca me
gustaron, que supongo que seguirán sin gustarme, pero que me seguirán enseñando
y deleitando.
1 comentario:
Sho sí puedo... y a mí me gusta Gustavo Adolfo, y no sé dónde se dice acsoluto porque lo que yo escucho es asolucto, y otras cosas más que nomacuerdo.
Publicar un comentario