Terminaron las tomas de colegios secundarios en Buenos Aires.
Por ahora.
Los adolescentes, esos descarados, sospechosos de siempre,
no aceptan que el gobierno de la ciudad haya decidido imponerles impunemente, a
partir del año próximo, y con la excusa de tener que “adaptar” los programas de
estudios por exigencias legales, una reforma curricular que es una herramienta
más para acabar con la educación pública. Porque ese parece ser, tristemente,
el proyecto del gobierno de la ciudad: acabar con la educación pública.
En la tele, un conductor de un noticiero que más parece un
vocero del pensamiento medieval que un periodista de este siglo entrevistaba hace
unos días, encaramado en el pedestal de su soberbia, a uno de los adolescentes,
esos descarados, sospechosos de siempre, que le decía que las tomas no
terminaron, porque el problema no estaba ni está resuelto, sino que por ahora solo
se suspendieron, pero que ellos seguirían, seguirán, con otras medidas. El
troglo-dista dio cierre a la entrevista con tono irónico y dijo algo así como: “Pero
de estudiar, ni hablar, ¿no?”, y sonrió de costado. Y yo me quedé pensando. Me
quedé pensando que esa es justamente la idea de este gobierno y del propio
troglodista: de estudiar, ni hablar, y por eso ejque el ministro de Educación
se niega sistemáticamente a hacerlo (a hablar, digo, ya que con la prensa habla,
pero con la comunidad educativa no), y por eso ejque el único que en ningún
momento de la entrevista habló del tema (de la reforma curricular, en
particular, y de la educación pública, en general) fue el troglodista. Y me
pregunto, si no hay voluntad ni disposición para hablar con los estudiantes, ¿de
qué clase de educación se está hablando? ¿Cómo se los piensa educar? ¿Sin
hablar con ellos?
Lo que los estudiantes, por su parte, están pidiendo es que
justamente se hable de eso: quieren hablar de estudiar, y quieren estudiar. De
hecho, ante el anuncio oficial de que el ciclo lectivo se prolongaría para
poder cumplir las exigencias curriculares, no hubo quejas ni reclamos de parte
de los adolescentes, aunque a ninguno le alegre la posibilidad de pasar hasta
la semana de la Navidad yendo diariamente al colegio. Pero está claro que los
que sí quieren hablar de estudiar, y estudiar, son ellos, esos descarados,
sospechosos de siempre, los estudiantes.
En el festival de conclusión de las tomas que los
adolescentes celebraron a fines de la semana pasada circulaba, entre otros, este papelito:
Hay varios aspectos que me parecen interesantes y
destacables en ese breve texto: la capacidad de síntesis, la claridad de ideas
y de expresión, la sobriedad de la actitud, la precisión gramatical y
ortográfica, y el dominio de la habilidad de construcción de resúmenes. Quiero
decir, los adolescentes, esos descarados, sospechosos de siempre, demuestran en
y con ese simple papelito que están más que capacitados para ser actores en su
propia educación, parte de la mesa de diálogo de la que de todos modos,
necesaria e inevitablemente, forman parte, y no admiten que se los pretenda recluir
al papel de meros peones de un sistema.
Ese papelito, entre otros, es una clara invitación a
dialogar, a construir, o, en todo caso, a explicar claramente qué se puede y
qué no se puede, y por qué. Y ver juntos si hay alternativas. Siempre y cuando,
claro, se esté dispuesto a hablar.
Y hay otro pequeño detalle, que no es menor, en ese
papelito: ese dibujo, esas flores. Porque la lucha en la que están embarcados los
estudiantes, esos descarados, sospechosos de siempre, puede ser larga, desagradable,
agotadora, cruel, pero ellos la mantienen a fuerza de ideas… y de flores.
Yo estoy por la educación, por eso estoy con ellos, los estudiantes, esos descarados.
1 comentario:
¡Excelente reflexión, Miguel! Como orgullosa docente de escuela primaria pública tomada por los padres de nuestros «estudiantitos» (porque, claro, los pequeños -a pesar de ser también descarados y sospechosos- son pequeños y tienen aún un camino que recorrer antes de ser capaces de tomar una escuela)el año pasado, no puedo sino coincidir con tus decires. El proyecto del gobierno de la ciudad (sí, con minúsculas) es, sin dudas, acabar con la educación pública. Lo comprobé de primera mano el año pasado, cuando nuestra escuela funcionaba sin gas y sin agua, expuesta a innumerables peligros por el estado deplorable en que se encuentra (y fijate que no digo «se encontraba») el edificio... El señor ministro hizo la vista gorda. Prometió, eso sí, y emparchó lo suficiente como para que las clases se reanudaran y no se multiplicara la bronca. Pero todo murió ahí: promesas y emparches. Seguimos luchando por un edificio digno de albergar a los trescientos estudiantitos descarados y sospechosos y a los casi treinta docentes, también descarados y sospechosos. No obtendremos respuestas, pero que no bajamos los brazos, no tengas dudas.
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