Hace unos años Alex Ross publicó un libro
sobre la música del siglo xx que,
en el original, se tituló The Rest Is Noise.
Su versión española se llamó El ruido
eterno, y mucho fue el ruido que hubo respecto de esa traducción, e’cir, de
esa traducción del título, aunque, como sabemos, los títulos de los libros (y
los de las películas, entre otras cosas) no se traducen, sino que se crean
otros y se ponen, en uno y otro idioma, y en otro, y en otro.
En este caso, el titulo original parafrasea
las últimas palabras de Hamlet antes de morir. Dice el tal Hamlet: “The rest is
silence”, y eso es algo que cualquier anglohablante mínimamente educado (que
son los destinatarios originales e ideales del libro) conoce y reconoce fácilmente,
ya que Hamlet es una de las obras fundamentales
de la literatura en su lengua, y no se trata de una expresión perdida en algún
lugar del texto, sino de las últimas palabras del muchacho antes de su mutis
final.
Pero el problema es que la traducción literal
de esa frase en una cultura que la desconoce, e’cir, que desconoce la
referencia literaria en cuestión, no produce el mismo efecto en sus lectores.
O, pa decirlo en fácil, pocos hispanohablantes saben toooodo lo que se está diciendo,
es decir, a qué se está haciendo referencia, cuando se dice en inglés “el resto
es silencio”, o, para el caso, “el resto es ruido”. En castellano, cualquiera
de esas dos frases no es más que eso: una frase que dice lo que dice y nada
más. En inglés, en cambio, es mucho más: es una frase que tiene cuatrocientos
años dando vueltas en el idioma; o sea, es, casi diría, otra cosa. Por lo
tanto, traducirla así, literalmente, es quitarle gran parte del sentido que
Ross, indudablemente, quiso darle (él mismo lo dice en algún lado).
Un equivalente de esto en castellano podría
ser, por ejemplo, que se dijera “En un lugar de la cancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, o algo por el estilo.
Cualquier hispanohablante reconocería de inmediato la referencia, cosa que no
pasaría si se dijera eso mismo en inglés, porque los angloparlantes no sabrían
que esa oración refiere inmediatamente a… bueno, ¿pa qué decirlo, si cualquier hispanohablante
mínimamente educado (como los lectores de este blo) ya lo sabe?
Por eso, insisto, traducir “The rest is noise”
como “El resto es ruido” habría estado, en muchos sentidos, simplemente mal. Habría
sido, sería, una mala traducción. Porque una traducción no solo es traducción
de un texto original, sino de un montón de ecos (o de armónicos) que suenan y
resuenan juntos, y que significan juntos, en las palabras de ese texto. Y si no
se tienen en cuenta todos esos otros sonidos que no se notan pero que están, el
resultado puede ser algo así como la reducción para piano que hizo Liszt de las
sinfonías del Beto: se parecen, sí, pero no son. Y pa mí las cosas son más
lindas cuando son que cuando parecen. En cualquier idioma.
Lo cual no significa que El ruido eterno sea una “traducción” del título ni, por supuesto,
que sea una buena elección como título en castellano de esa obra. Pero ese es
otro debate, y no era de eso de lo que quería hablar. Ah, dicho sea de paso: de
la traducción de la obra en sí no puedo opinar (¿opinaría, acaso, si pudiera?),
porque no la leí. Leí
el original, nomás. Una verdadera delicia. Creo que hasta me puede llegar a gustar
Schoenberg.
2 comentarios:
A veces, uno cree (con angustia) que terminará toda la traducción pero que se atorará con el título.
Por lo demás, qué buen remate de esta entrada. Ross comunica tan bien su entusiasmo por la música, que hay que leerlo en su lengua.
Abrazos
La verdad, yo no esperaría tan poco de los lectores hispanos interesados en esta cuestión. Muchísima gente ha visto Hamlet y lo ha leído. Seguro que también en más de alguna ocasión habrán muchos leído u oído "el resto es historia"
Saludos
José Manuel
Publicar un comentario