domingo, 19 de agosto de 2012

De Joyce, James


Una de las cosas que más me gustan de la blogósfera (además de la palabra blogósfera) es el eco. Textos, imágenes, ideas que rebotan de un lado a otro, no solo en el espacio, sino también en el tiempo. Hace unos días, un blog al que considero amigo, el del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, recordó una entrada que había publicado a su vez en su blog hace años Eduardo Mejía sobre Joyce. Una entrada realmente disfrutable, deliciosa, de esas que dan ganas de volver a leer a Joyce. Me gustó leerla, pero me detuve en una frase: “Cabrera Infante entendió como pocos a Joyce, pero es aún lejana a la prosa que sobre todo en el ritmo reproduce el de la infancia, con sus temores e inseguridades y su sensación de que todo está por empezar; sin embargo, en Los muertos, el último relato del libro, sí se acerca a Joyce”.

A mí no me había convencido hace años, cuando la leí, la tradux de Guillermo Cabrera Infante, especialmente en ese cuento, e incluso algo había escrito al respecto en algún lao, así que decidí volver a leerla ahora, para ver si cambiaba de idea, y la verdá ejque me sorprendí y me sorprendió.

Leí primero el cuento en inglés (hace unos días justo lo mencionaba por aquí), deteniéndome a pensar cómo resolvería GCI este o aquel problema de traducción, y luego leí su tradux. Y esta vez, en general, la traducción de Cabrera Infante me gustó, me pareció que tenía el tipo de respiración, de aliento, con el que narra Joyce, y que más allá de ciertos detalles de vocabulario (uno siempre le cambiaría el vocabulario a una traducción de otro) y de alguna que otra cosa discutible, la prosa de GCI “contaba” bien en castellano la de JJ. Fue un placer encontrarme con esa traducción, y reencontrarme con la entrañable colección de bolsillo de Alianza, que tenía unas tapas geniales.

Pero, claro, no todo en la tradux me gustó, y lo que no me convenció fue justamente lo que más habría querido que me convenciera, porque es el final, ahí donde Joyce se zambulle en la búsqueda experimental que seguiría elaborando en el Ulises y el Finnegans. No todavía en The dead con las rupturas, las fracturas, del vocabulario y la lengua en que se embarcaría más adelante, pero sí, ya, claramente en el clima de monólogo interior, de fluir de la conciencia, todavía controlado (¿acaso alguna vez se descontrolaría?), pero expuesto y desplegado en esa epifanía final como para que el siglo XX empezara a saber lo que se venía, lo que este puro animal de la palabra haría.

Otro día, querido blog, te cuento por qué no me convenció ese final de GCI, pero por ahora prefiero quedarme con el gustito dulce de haber releído uno de los grandes cuentos de la literatura. Digo, creo.

(Ilustración: Itati Acuña) 
(Fotografía: Atenas, agosto 2012. Jeremías Wald Acuña)

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