Una de las cosas que más me gustan
de la blogósfera (además de la palabra blogósfera) es el eco. Textos, imágenes,
ideas que rebotan de un lado a otro, no solo en el espacio, sino también en el
tiempo. Hace unos días, un blog al que considero amigo, el del Club de
Traductores Literarios de Buenos Aires, recordó una entrada que había publicado
a su vez en su blog hace años Eduardo Mejía sobre Joyce. Una entrada realmente
disfrutable, deliciosa, de esas que dan ganas de volver a leer a Joyce. Me
gustó leerla, pero me detuve en una frase: “Cabrera Infante entendió como pocos
a Joyce, pero es aún lejana a la prosa que sobre todo en el ritmo reproduce el
de la infancia, con sus temores e inseguridades y su sensación de que todo está
por empezar; sin embargo, en Los muertos,
el último relato del libro, sí se acerca a Joyce”.
A mí no me había convencido hace
años, cuando la leí, la tradux de Guillermo Cabrera Infante, especialmente en
ese cuento, e incluso algo había escrito al respecto en algún lao, así que
decidí volver a leerla ahora, para ver si cambiaba de idea, y la verdá ejque me
sorprendí y me sorprendió.
Leí primero el cuento en inglés
(hace unos días justo lo mencionaba por aquí), deteniéndome a pensar cómo
resolvería GCI este o aquel problema de traducción, y luego leí su tradux. Y
esta vez, en general, la traducción de Cabrera Infante me gustó, me pareció que
tenía el tipo de respiración, de aliento, con el que narra Joyce, y que más
allá de ciertos detalles de vocabulario (uno siempre le cambiaría el vocabulario
a una traducción de otro) y de alguna que otra cosa discutible, la prosa de GCI
“contaba” bien en castellano la de JJ. Fue
un placer encontrarme con esa traducción, y reencontrarme con la entrañable
colección de bolsillo de Alianza, que tenía unas tapas geniales.
Pero, claro, no todo en la tradux
me gustó, y lo que no me convenció fue justamente lo que más habría querido que
me convenciera, porque es el final, ahí donde Joyce se zambulle en la búsqueda
experimental que seguiría elaborando en el Ulises y el Finnegans. No todavía en
The dead con las rupturas, las
fracturas, del vocabulario y la lengua en que se embarcaría más adelante, pero
sí, ya, claramente en el clima de monólogo interior, de fluir de la conciencia,
todavía controlado (¿acaso alguna vez se descontrolaría?), pero expuesto y
desplegado en esa epifanía final como para que el siglo XX empezara a saber lo
que se venía, lo que este puro animal de la palabra haría.
Otro día, querido blog, te cuento
por qué no me convenció ese final de GCI, pero por ahora prefiero quedarme con
el gustito dulce de haber releído uno de los grandes cuentos de la literatura. Digo,
creo.
(Ilustración: Itati Acuña)
(Fotografía: Atenas, agosto 2012. Jeremías Wald Acuña)
(Ilustración: Itati Acuña)
(Fotografía: Atenas, agosto 2012. Jeremías Wald Acuña)
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