Dice Diego Fischerman en su Después de la música. El siglo XX y más allá
que en la música tonal “el desarrollo es una especie de embudo donde, a medida
que se avanza, las posibilidades se hacen menores y más obligadas, hasta llegar
al inevitable final”, y que el efecto final “descansa en la previsibilidad
relativa”.
Me gusta eso de la previsibilidad relativa, algo
así como que todo en una obra (al menos, en una de música tonal) es esperable,
previsible, o que podría serlo, pero que, a la vez, eso es relativo, o sea, que
sí, pero que no. Y me parece que pasa lo mismo en toda forma de arte. Todo es
en cierta manera previsible, todo sucede dentro de las reglas, no solo en la
música: también en la pintura, en la que todo sucede dentro de los códigos de
color o de valor; o en la literatura, en la que todo sucede dentro del código
de la lengua, es decir, de acuerdo con las reglas de la lengua. Y no.
Y sigue Fischerman diciendo que “si el rumbo
de dilaciones, modulaciones y fraccionamientos progresivos (…) no se sigue en
absoluto, la obra resulta sencillamente mal construida. Si el rumbo es seguido
al pie de la letra, la obra es pobre”.
Y, claro, lo mismo pasa, decía, en la
literatura, en la que si el rumbo de dilaciones, modulaciones y demás no se
sigue, la obra resulta mal construida, y aburre, o no se sabe de qué habla, o
para qué se cuenta; pero si, en cambio, se lo lleva al extremo, como en el
Quijote o el Ulises, pero sin quebrarlo al punto de la disolución, la obra
puede resultar excelsa. Claro que no por el solo hecho de llegar a ese extremo será
excelsa (no toda obra que lleva al extremo los procedimientos de la palabra y
la escritura es el Quijote, el Ulises). Pero quizá. Quizá.
Pienso también, claro, en Mahler. Y en Wagner
y su Tristán, al extremo casi de la disolución de la tonalidad. Y pienso
también en las esculturas de Giacometti, al extremo casi de la disolución de la
figura humana. Dentro de una estructura jerárquica estricta (la tonalidad lo
es, la figura humana lo es), esos tipos (digo Giacometti, digo Wagner, digo
Mahler, digo…), esos tipos crean, gracias a su genio personal, la
imprevisibilidad, la tensión absoluta, definitiva. O sea, el acorde de Tristán,
la multiplicidad de voces simultáneas del Ulises, la luz en la sombra, la
sombra en la luz de Rembrandt. Esos tipos.
La previsibilidad relativa que, por relativa,
es imprevisible. Me pregunto entonces si eso que dice Fischerman de la música
tonal no es lo que pasa inevitablemente en toda forma de arte y, acaso, en toda
forma de relación humana, en toda forma de existencia. La previsibilidad
relativa y contingente de toda relación. Como si el arte se pareciera, una vez
más, a la vida. O como si el arte fuera, digo, una vez más, la vida.
(Ilustraciones: Itati Acuña) |
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