martes, 9 de junio de 2015

Imprevisibilidades




Dice Diego Fischerman en su Después de la música. El siglo XX y más allá que en la música tonal “el desarrollo es una especie de embudo donde, a medida que se avanza, las posibilidades se hacen menores y más obligadas, hasta llegar al inevitable final”, y que el efecto final “descansa en la previsibilidad relativa”.


Me gusta eso de la previsibilidad relativa, algo así como que todo en una obra (al menos, en una de música tonal) es esperable, previsible, o que podría serlo, pero que, a la vez, eso es relativo, o sea, que sí, pero que no. Y me parece que pasa lo mismo en toda forma de arte. Todo es en cierta manera previsible, todo sucede dentro de las reglas, no solo en la música: también en la pintura, en la que todo sucede dentro de los códigos de color o de valor; o en la literatura, en la que todo sucede dentro del código de la lengua, es decir, de acuerdo con las reglas de la lengua. Y no.


Y sigue Fischerman diciendo que “si el rumbo de dilaciones, modulaciones y fraccionamientos progresivos (…) no se sigue en absoluto, la obra resulta sencillamente mal construida. Si el rumbo es seguido al pie de la letra, la obra es pobre”. 


Y, claro, lo mismo pasa, decía, en la literatura, en la que si el rumbo de dilaciones, modulaciones y demás no se sigue, la obra resulta mal construida, y aburre, o no se sabe de qué habla, o para qué se cuenta; pero si, en cambio, se lo lleva al extremo, como en el Quijote o el Ulises, pero sin quebrarlo al punto de la disolución, la obra puede resultar excelsa. Claro que no por el solo hecho de llegar a ese extremo será excelsa (no toda obra que lleva al extremo los procedimientos de la palabra y la escritura es el Quijote, el Ulises). Pero quizá. Quizá.


Pienso también, claro, en Mahler. Y en Wagner y su Tristán, al extremo casi de la disolución de la tonalidad. Y pienso también en las esculturas de Giacometti, al extremo casi de la disolución de la figura humana. Dentro de una estructura jerárquica estricta (la tonalidad lo es, la figura humana lo es), esos tipos (digo Giacometti, digo Wagner, digo Mahler, digo…), esos tipos crean, gracias a su genio personal, la imprevisibilidad, la tensión absoluta, definitiva. O sea, el acorde de Tristán, la multiplicidad de voces simultáneas del Ulises, la luz en la sombra, la sombra en la luz de Rembrandt. Esos tipos.

La previsibilidad relativa que, por relativa, es imprevisible. Me pregunto entonces si eso que dice Fischerman de la música tonal no es lo que pasa inevitablemente en toda forma de arte y, acaso, en toda forma de relación humana, en toda forma de existencia. La previsibilidad relativa y contingente de toda relación. Como si el arte se pareciera, una vez más, a la vida. O como si el arte fuera, digo, una vez más, la vida. 


(Ilustraciones: Itati Acuña)
No sé bien por qué escribo esto, pero también sí, lo sé, porque sé que lo escribo en días de fiesta y celebración para la lengua, para las lenguas: se acaba de publicar una nueva traducción del Ulises de Joyce en castellano. No la he leído aún, pero quiero celebrar el hecho de que una nueva voz vuelva a conversar con la del irlandés y haga rebotar, entre ecos, más ecos, nuevos, renovados ecos, su palabra.

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