Mienten. Los que dicen que la música es el único
lenguaje universal mienten. Lo saben, lo viven a diario, pero mienten. No hay
lenguaje menos universal que el de la música, no hay jergas más exclusivas y exclusivistas,
más cerradas y sectarias, que las de la música. La música, el mundo de la
música, está constituido por sectas que no admiten a otras sectas. Y no es solo
algo que pase entre música y música, quiero decir, no es solo que los del rock
no admiten la clásica y los de la clásica no admiten el folklore y los del
folklore no admiten el jazz y los del jazz… No, no es solo eso. Pasa también dentro
de cada una de esas músicas: pasa en el interior del universo del rock, en el
interior del universo del jazz, y en el del folklore, y en el del tango, y en
el de la clásica… ¿O acaso alguien de los del público tradicional de Sumo no
hablaba pestes de Soda? ¿O acaso los tangueros tradicionales no renegaron
siempre y siguen renegando de Piazzolla, que a esta altura es tan clásico como el
que más? ¿O acaso los que defienden un folklore puro, anónimo, no hablaron
siempre mal de cualquiera que quisiera poner una guitarra eléctrica en una
zamba? ¿O acaso los amantes de Beethoven, Schubert y Brahms que pueblan
cotidianamente el Teatro Colón de Buenos Aires no se van casi a las puteadas
del teatro cada vez que se programa una obra del siglo XX, que a esta altura ya
también es antiguo? ¿O acaso Miles, ¡Miles!, no sufrió críticas de todo el
universo del mismísimo jazz cada vez que propuso algo nuevo? Claro que el muy
guacho de Miles se pasó la vida proponiendo cosas diferentes y nuevas, y eso no
es fácil de asimilar para nadie, pero eso es otra historia.
Por eso, decía, mienten. Mienten los que dicen que la
música es un lenguaje universal. La música es un lenguaje, como cualquier otro,
de complicidades, un lenguaje en el que vos y yo, ustedes y nosotros, nos
entendemos y compartimos, pero que no compartimos con otros, que no compartimos
con todos, y es en ese punto, en ese lugar, donde la música se convierte en una
maldición de Babel como la de los idiomas: estamos condenados a no entendernos,
a no disfrutarnos todos y en todo momento, a dispersarnos por el mundo de los
sonidos como Babel se dispersó en el mundo de los idiomas. Condenados a no
comprendernos, a no gozarnos.
(Músicos, de Itati Acuña) |
Y lo que yo me pregunto, a veces me pregunto, es si
está mal que sea así, pero también me pregunto si tiene algún sentido
preguntarse si está mal o está bien. Lo que yo me pregunto, digo de una vez, es
si no podríamos intentar una vez, cada vez, todas las veces, internarnos en
algún otro de esos territorios de la música como nos internamos en otros
países, en otros idiomas, y tratamos de entenderlos, tratamos de disfrutar y
disfrutarlos, de gozar de sus comidas, de sus sabores, de sus aromas… de sus
músicas.
Porque la música no es, claro que no, un lenguaje
universal. La música es un montón de lenguajes particulares, minúsculos,
sociales pero al mismo tiempo individuales, un montón de sonoridades, un montón
de ecos, y se me ocurre que es maravillosa la posibilidad de perderse entre esos
ecos, entre esos distintos universos que son las distintas músicas, y pasar de
uno a otro, entrar a uno, cualquiera, y salir en otro, cualquiera.
Porque la música, decía, digo, no es un lenguaje
universal. Lo universal, en todo caso, somos nosotros. Y es en nosotros donde
pueden estar todas las músicas, es en nosotros donde puede estar la música. No
es poco.
2 comentarios:
Posí.....miles de críticas tuvo el pobre.... :(
Interesante reflexión. Yo me atrevería a insistir en que la música es un lenguaje con vocación de universalidad, es decir, que necesita una voluntad por parte del personal para poder ser entendido y disfrutado. Y esa voluntad no es compatible, desde luego, con el sectarismo, con el "esto es lo que vale y lo demás es una mierda..."
Seguramente a todos los que crucificaron a Miles, a Piazzola, a Dylan cuando se electrificó, etc, etc, les faltaba esa pizca de voluntad. Esa capacidad de preguntarte cosas, de mirar las cosas desde otro punto de vista, de poner en entredicho tus más firmes creencias y dejarte envolver, simplemente, por la belleza... por el sonido y la música en este caso.
Los humanos somos bastante torpes, en general y solemos necesitar para andar por la vida alguna que otra muleta como las ideologías o las firmes convicciones. Solo el que ha disfrutado mandando al carajo las muletas y tirándose a correr cuesta abajo sabe a que me refiero...
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