Han
pasado poco más de diez días desde la última vez que hablamos, o sea, desde la
última vez que hablé con vos, y
empiezo a preguntarme si no debería volver a darte un poco de charla. De charla
escrita, como la que mantenemos aquí, digo. El diccionario cacadémico dice que
las charlas son orales, no escritas, pero creo que cualquiera sabe que charlar
se charla de infinidad de maneras, y una de ellas es la escrita, o, mejor
dicho, varias de ellas son escritas. Porque la idea de charlar no tiene que ver,
creo, entiendo, con el medio utilizado, sino con el estilo de la comunicación,
y dijcué de todo, ¿qué hacemos, si no, vos y yo por aquí? Porque no se puede
decir que las que voy dejando, las que vos y yo vamos dejando en este lugar,
sean propiamente reflexiones. A veces lo son, a veces no, a veces no, a veces
no…
Son
lo que son: anotaciones de diario de viaje, bitácora del que siempre quiso ser
el capitán Kirk, pedazos de papel con retazos de palabras, quéséyo, eso, y más,
y menos.
Nunca
sé si está bien que a veces te deje, querido blo, esos poemas que te dejo como
si los pegara en la puerta de la heladera. Nunca sé si te quedan bien a vos, si
quedan bien en vos, querido blo, pero
lo que pasa es que a veces siento que necesito dejarlos acá, que me estoy
mediolvidando de esos poemas, o de esos textos, y tengo que estampártelos a vos
para volver a traerlos, para volver a tenerlos. Esos textos me habitan desde
siempre, o algunos quizá desde hace poco, que también es siempre, y me gusta
sentir que siguen haciendo ecos en mí, me gusta sentir que sus palabras siguen
creando reverberaciones, y que la voz con la que hablan, que es
la misma voz con la que hablo, está cargada de la belleza del idioma, la
belleza de la palabra en castellano.
Y pienso
entonces en la voz, la palabra, del inmensísimo Pablo Neruda, el chileno que
nos hace a todos chilenos (como Pablo de Rokha, claro, y como Huidobro, claro,
y como Gonzalo Rojas, claro, y como la Violeta, claro, y como tantos, pero
estaba hablando de don Pablo): “Se
llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo…
Nos dejaron las palabras”. ¿Te acordás de ese texto, querido blo? Es de los
lindos pa decir en voz alta, y de los lindos pa leer en silencio también. Acá
lo dejo. Dice todo. Todo.
Todo lo que usted quiera, sí
señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan... Me
prosterno ante ellas... Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las
derrito... Amo tanto las palabras... Las inesperadas... Las que glotonamente se
esperan, se acechan, hasta que de pronto caen... Vocablos amados... Brillan
como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal,
rocío... Persigo algunas palabras... Son tan hermosas que las quiero poner
todas en mi poema... Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo,
las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas,
vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como
ágatas, como aceitunas... Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me
las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto... Las dejo como
estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como
restos de naufragio, regalos de la ola... Todo está en la palabra... Una idea
entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se
sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le
obedeció... Tiene sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tiene de todo lo
que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria,
de tanto ser raíces... Son antiquísimas y recientísimas... Viven en el féretro
escondido y en la flor apenas comenzada... Qué buen idioma el mío, qué buena
lengua heredamos de los conquistadores torvos... Estos andaban a zancadas por
las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas,
butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel
apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo... Todo se lo tragaban, con
religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus
grandes bolsas... Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra... Pero a los
bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las
herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí
resplandecientes... el idioma. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se
llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron
todo... Nos dejaron las palabras.
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Hoy se cumplen 40 años sin Pablo. Me permito repetirte acá un fragmento de Amores: Delia, que acabo de publicar por ahí.
Pasaré, pasaremos,
dice el agua
y canta la verdad contra la piedra,
el cauce se derrama y se desvía,
crecen las hierbas locas
a la orilla:
pasaré, pasaremos,
dice la noche al día,
el mes al año,
el tiempo impone rectitud al testimonio
de los que pierden y de los que ganan,
pero incansablemente crece el árbol
y muere el árbol y a la vida acude
otro germen y todo continúa.
Y no es la adversidad la que separa
los seres, sino
el crecimiento,
nunca ha muerto una flor: sigue naciendo.
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