Dice Gregorio que la posición
de los espejos del telescopio espacial Hubble se diseñó con técnicas de plegado
de papel que vienen del origami. Dice Gregorio que la estructura del ADN
responde a patrones de plegado del papel que son los mismos del origami. Dice
Gregorio que muchas de las cosas que la gente hace las hace, consciente o
inconscientemente, con técnicas de plegado de papel propias del origami. Gregorio,
claro, hace origami, así que sabe cómo se pliegan papeles, y le gusta la idea
de plegar papeles desplegando historias, historias de esas que otros han
escrito antes, quizá, en papeles. Por eso un día decide empezar a ver cómo se
hace eso, cómo se hacen esas dos cosas al mismo tiempo, plegar papeles y
desplegar historias, y se mete en un taller de narración oral. Y un sábado de
marzo o de abril a la mañana se acerca caminando desde el oeste (curiosa y
trillada imagen esa, aunque a veces cierta, la de caminar por la mañana hacia
el este, hacia el sol, hacia la luz) y sube las escaleras de un viejo edificio
de la Avenida de Mayo, en Buenos Aires. Es el primero en llegar a un grupo que
aún no existe, pero que pronto se poblará de voces, de narraciones, de
historias. Quizá esta, la de Gregorio, sea la primera de las historias de ese
grupo.
Espera en el tercer
piso del edificio la llegada del maestro, que ha bajado a abrir la puerta a
otro recién llegado, solo que este otro no viene del mundo del plegado del
papel, sino de un mundo que también es de papel, pero en el que lo que se
pliegan y despliegan son palabras, voces, en la misma y en distintas lenguas.
El nuevo recién
llegado sube con el maestro en el ascensor. Le fascinan los viejos edificios de
Buenos Aires, esos edificios que los arquitectos del art nouveau, del
modernismo o de como se lo quiera llamar construyeron en la ciudad hace poco
menos de cien años, y que cuentan la historia de cómo esta ciudad pasó de ser
la gran aldea de entonces a esto que hoy algunos, unidos como alguien dijo no
por el amor, sino por el espanto, queremos tanto.
Al llegar al tercer
piso el maestro saluda a Gregorio y dice a ambos recién llegados: “Van a ser compañeros, así que pueden empezar
presentándose”. Gregorio mira al otro (el otro, ese segundo recién llegado del
que hablaba, soy yo) y, mientras le (me) da la mano formalmente, con
apabullante e informal falta de delicadeza, le (me) dice: “Veo que no voy a ser el único viejo”. Miro a Gregorio, que aún no sé que se llama Gregorio, aunque
de cierta manera sí, y le digo: “Pero yo a vos te conozco”. Mientras entramos,
él, de espaldas, parece encogerse incrédulamente de hombros, mientras dice:
“Puede ser”. “¿Cómo te llamás?”, digo. “Gregorio”, dice. “¿Gregorio cuánto?”,
digo. “Gregorio Vainberg”, dice. “¿Qué hacés, Gregorio Vainberg? Yo soy Miguel
Wald”, digo. Gregorio se da vuelta y, si se me permite y perdona el lugar común,
nos fundimos en un abrazo. Ese abrazo cierra una brecha de casi medio siglo,
porque hace eso, casi medio siglo, que no nos vemos, que no nos encontramos. La
última vez fue cuando teníamos siete u ocho años, y no recuerdo si aquella vez nos
saludamos, si nos despedimos. o si cada uno se fue por su lado porque era la
hora de tomar la leche y la madre de Gregorio lo llamaba desde su casa, mi madre
me llamaba desde mi casa. No lo recuerdo.
Decía que Gregorio
sabe plegar papeles, y a mí me gusta desplegar historias, ciertas o inciertas.
Desplegarlas es contarlas, en papel, en voz alta o como sea, pero contarlas.
Esta es una historia. Una historia cierta. A mí me gusta contarla, pero no sé
si puedo contar cómo y cuánto me ha gustado, me gusta, haberla vivido y
vivirla.
P.D. Gregorio también
cuenta esta historia, aquí: http://www.gorivainberg.blogspot.com.ar/
2 comentarios:
Los dos lados de esta historia, que seguramente tiene otros lados más. Por lo pronto, faltaria la de Roberto, desde afuera, desde donde a el le gusta decir que cuenten la historia.
los otros lados...qué bueno.
un gusto conocerte*
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