martes, 27 de noviembre de 2012

Huellas y libros



Cuando era pibe, las maestras nos decían que no dobláramos las esquinas de las hojas de los libros para señalar el lugar en el que interrumpíamos la lectura. Y nos decían que no subrayáramos los párrafos o las frases o las palabras que, precisamente, queríamos señalar. La idea era, supongo, que los libros siguieran como estaban el día que salieron de la imprenta, como si nada ni nadie los hubiera abierto, como si nadie los hubiera leído, como si fueran objetos que no había que tocar, que había que mirar por el ojo de una cerradura, objetos sagrados que no debían ser violados, corrompidos, ensuciados por miserables manos humanas, y a los que solo se podía acceder mediante una especie de mirada reverencial. A la vuelta de los años, y de miles de libros marcados y subrayados, me pregunto por qué, para qué, cuál era, cuál es, el sentido profundo de esa concepción.

Mi amiga la Zulma no solo hace marcas en los libros, sino que, pa pior, las hace con tinta, desafiantes, definitivas. “Los libros son para caminarlos”, dice, y a mí no solo me gusta la frase, sino que me encanta la idea. Yo recorro los libros que leo y me gusta saber que he estado ahí, y me gusta saber qué cosas del paisaje de los libros me han gustado, me han conmovido. Como si les sacara una foto, una instantánea, a momentos de la vida, de lugares, para poder volver a ellos, a ellas, en cualquier momento. No solo subrayo y hago marcas en los libros por razones de estudio. Mis libros de ficción suelen tener centenares de rayas y rayitas, y en la página de cortesía en blanco que hay al principio suelo anotar los números de las páginas en las que he hecho marcas, y en algunos casos incluso pongo entre paréntesis, junto al número, alguna referencia que aclara qué he marcado en esa página. Nunca sé si volveré a pasar por esos lugares, no sé si volveré a ver alguna vez esas fotos, pero en el momento siento la necesidad de tomarlas, y las tomo. Con trazo grueso. Porque la “cámara” que uso, aunque no es de tinta, tampoco es un instrumento fino y delicado: uso lápices muy blandos, pastosos, 6B u 8B, porque lo que quiero, creo, no es hacer una marca, sino dejar una huella profunda, mi huella, en los libros que son míos, no por haberlos comprado, sino por haberme apropiado de ellos al leerlos, al haberme hecho uno con ellos.

A veces, muchos años después de una lectura, regreso a viejos libros y me encuentro con las marcas de entonces, y a veces no sé a qué obedecen, no entiendo qué leyó el Miguel aquel que los leyó, y otras veces me maravillo al ver que ya entonces había visto lo que ahora veo. ¿Son lecturas distintas? ¿Son caminares distintos por una misma huella en el barro? Acaso sean una y otra vez la misma caminata, la misma búsqueda de la luz, que seguramente no está en el libro, ni en mí, sino en el lugar en el que el libro y yo nos encontramos, en la marca que, a pesar de mis maestras, sigo haciendo en el lugar en el que estoy, en el que estamos, el libro y yo.

martes, 20 de noviembre de 2012

Obra en construcción



Hablaba hace unas semanas de los colegios tomados y de los motivos por los que los chicos, esos descarados, desconocidos de siempre, habían decidido tomarlos y, contra viento y marea, habían sostenido durante un largo mes esas tomas. Y hablaba de la forma en que esos chicos luchaban. Decía entonces que lo hacían con ideas y flores.

Conozco bastante de cerca la situación específica de una de esas "escuelas artísticas" de la ciudad, la de música, el Esnaola, o más bien, entre nos, el Esna. Esta entrada lleva por título "obra en construcción" por los pibes y por su colegio, porque los pibes del Esna no solo estudian música, sino que además hacen, crean, construyen música de todo tipo: de la que algunos llaman clásica, de la que algunos llaman popular, de la que algunos llaman rock, de la que algunos llaman jazz… Son adolescentes y jóvenes que estudian guitarra, o piano, o percusión, o violín, o bandoneón, y cantan, todos, y cuando se acerca el final del año muestran a la sociedad, a su sociedad, a todos nosotros, parte de lo que hacen. El año pasado, sin ir más lejos, mostraron esto:



Los pibes estaban felices y el público también. Porque esa es la obra en construcción de la que hablo: la construcción social que significa una escuela, la construcción cultural que significa esa escuela. Mientras el gobierno se empeña en negarlos, en desconocerlos, los pibes hacen obra, construyen, crean. El año pasado fue Bach; este año será Mozart. Por la duración de la toma no llegaron a tener la obra preparada para uno de los conciertos (que iba a hacerse en la Catedral de la ciudá), pero este próximo fin de semana la cantarán y tocarán (porque la orquesta también es de la escuela) en la Facultad de Derecho de la Universidá de Güenosaire.

Y llamo también obra en construcción a esta entrada porque de eso les habla el gobierno de la ciudad cuando los pibes le reclaman un lugar digno para estudiar. Porque el lugar en el que funciona la escuela no es algo que pueda llamarse digno. Y hace años que el gobierno les promete una nueva escuela. La promesa debería haberse terminado de concretar y debería haberse inaugurado en el 2007, pero hoy, cinco años después, el nuevo Esna sigue en construcción. Un día, quizá el año próximo (es la última de sus promesas), inaugurarán con bombos y platillos y globos amarillos el nuevo edificio, y se jactarán de sus logros. Mientras tanto, los pibes del Esna siguen aquí:





Eso es lo que les ofrece el gobierno; por ejemplo, la posibilidad de morir electrocutados por haber ido al colegio (en otros colegios ofrece cosas distintas; por ejemplo, la posibilidad de morir aplastados por pedazos de techo que se caen).

Yo no sé qué pensarán quienes esto lean, pero sé que, mientras el gobierno los niega, los desatiende, los ningunea, dice y repite que son vagos que no quieren estudiar, los pibes siguen avanzando con ideas, con flores, con música. Yo no sé qué pensarán quienes esto lean, pero sé definitivamente que la lucha de los pibes, su convicción y su constancia, me dignifican. Sé que su música me eleva, sé que ellos me elevan.

Uno de mis hijos es alumno de ese colegio. Él es del Esna. Yo también.

martes, 6 de noviembre de 2012

¡Ke lo parió, che!



Dice Diego Fischerman en su excelente y disfrutabilísimo Escrito sobre música:

A pesar de que el término “folklore” se ha castellanizado como “folclore”, se elige aquí la grafía tradicional en tanto es la habitual en todo el mundo y en el mercado discográfico. Además, respeta la etimología (folk significa “pueblo”, pero folc no significa nada) y no provoca contradicciones con su abreviatura de uso frecuente, “folk”, que jamás se escribe con “c”, ni siquiera en España.

Y digo sho:

Es curioso (bueno, en realidad no mucho) que la Real Academia Española y sus subsidiarias, las academias americanas, insistan en hablar de “folclore” y jueguen, una vez más, su juego usual de incoherencia y asistematicidad. Porque, si hablan de folclore, deberían hablar de roc, y no de rock, ¿verdad? O de rok, o roq, como Iraq. Y de yas, y no de jazz. Y de blus, y no de blues. Y no deberían usar allegro, sino alegro. Bueno, a decir verdá, eso sí que lo intentaron, pero les salió mal, y ahora parece que vuelven p’atrás con ese caprichito y de nuevo dicen que es allegro. Por esta semana, al menos, es lo que se puede leer en su sitio güeb.

Y, decía, pa pior, el trabajo (si es que se lo puede llamar así) de los cacadémicos de la lengua no solo es incoherente, sino también asistemático. Porque si incluyen, como palabras relacionadas con la música, voces como allegro, allegretto, presto, adagio, andante y largo, entre otras, ¿por qué no incluyen scherzo, que pertenece exactamente a la misma categoría y se encuentra exactamente en las mismas obras en las que se encuentran las demás? Porque, de hecho, en las mismas sinfonías en las que hay allegros, o alegros, o allegri, hay scherzos, o scherzi. ¿Será quizá que les resulta mucho más difícil proponer una castellanización de la parola esa? Porque no creo que se atrevan a proponer la forma “esquerzo”. Hasta pa ellos sería un exceso, ¿no?

Lo curioso (tampoco mucho) es además que las academias se suelen jactar de que ellas no imponen nada arbitrariamente y desde arriba, porque, según dicen, su función no es crear, sino registrar el consenso de la comunidad de los hispanohablantes, en particular de los “cultos”. Bueno, eso lo dicen en los prólogos de sus mamotretos, pero en realidá en las páginas interiores es fácil comprobar que la cosa cambia, y que las academias hacen lo que se les canta (shaquestamos hablando de términos musicales), y no solo no registran, sino que borran la realidad de un plumazo, o un teclazo. Porque, en los hechos, y para remitirnos al ejemplo del que hablábamos inicialmente, la escritura de los “cultos”, al menos en América, no suele hacer referencia al folclore con c. Si se revisan los programas de las instituciones educativas más importantes del continente (o sea, los “cultos”, mimagino), puede comprobarse fácilmente que en ellos no se habla de folclore con c: la Universidad Nacional Autónoma de México, la Escuela Nacional Superior de Folklore José María Arguedas de Perú, la Universidad de Santiago y la Austral en Chile… y, en la Argentina, la Universidad de Buenos Aires, el Instituto Universitario Nacional del Arte, la Universidad Nacional de La Plata, la Universidad Nacional de Córdoba, la Academia Nacional de la Historia, la Escuela de Música Esnaola de Buenos Aires… y supongo que muuuuuuchas más (aunque no he revisado tanto)… todos y todas hablan de folklore, folklórico y folklorología. Con k, no con c. Siempre. Pero las academias ni se dan por enteradas, y siguen insistiendo en que va con c porque así lo usan los cultos. Y pa pior folklore ni la incluyen, aunque, como bien dice Fischerman y cualquiera sabe, es más que habitual, más que usual. ¿Será quizá que para las cacademias los que escribimos en castellano “folklore”, que sin duda, cultos e incultos, somos muchos, no formamos parte de lo que ellas definen como “la comunidad de los hispanohablantes”? ¿Será que para las academias “la comunidad de los hispanohablantes” son ellos y nadie más? ¿Será, acaso, que viven a contramano de la lengua, sus usos, sus hablantes y sus escribientes? No, no me respondan, ke las respuestas son obvias y están muy klaras, al menos pa mí, hablante inkulto.

Son raros estos muchachos, che, la verdá.