miércoles, 30 de septiembre de 2015

Ciudades no aptas (1)




[Capítulo para una novela, policial, esperablemente. O quizá fragmento de capítulo para una novela. O quizá apenas fragmento. Vaya uno a saber.]

Bajó el último tramo de escaleras convencido, como siempre, de que era el último piso, y luego la calle. Como siempre, no lo era. Aún faltaba un piso, y luego la calle. Bajaba rápido, con ritmo, siempre con una breve parada en el descanso del tercero para encender el cigarrillo, pero ni siquiera la certeza de esa rutina le permitía incorporar en su memoria afectiva que aún le faltaba otro tanto, otros tres pisos. Siempre tenía la convicción íntima de que faltaban dos, y luego la calle. Muchas veces, mientras subía el tercer, el cuarto, el quinto piso, se había preguntado si tenía sentido que un detective tuviera su oficina en un sexto piso por escalera. En París, quizá. En Hamburgo, quizá.  Incluso en Nueva York, quizá. Pero, en Buenos Aires, definitivamente no. Hay ciudades aptas y otras que no. Y Buenos Aires se inscribía sin duda en el segundo grupo. Nadie subiría seis pisos por escalera por un detective al que nadie conocía. Nada de avisos en los diarios, nada de difusión por internet, nada de contactos en la policía, nada. Sólo la propia convicción en el propio talento y… eso, nada más. En cuanto a lo del sexto piso por escaleras… él sabía las razones y sabía que eran válidas, pero eso no cambiaba los hechos. De todos modos, si un posible cliente podía no contratarlo por el único y miserable detalle de tener que subir, quizá una sola vez en su vida, seis pisos por escalera, no podía considerarse un verdadero cliente, sino sólo alguien que andaba queriendo ver, buscando precios, visitando el mercado. Y él no era un producto de mercado.